A propósito de la Semana Santa de 2021

Antonio Lara Polaina

Párroco de San Pedro Apóstol

En España y a un ritmo vertiginoso, hemos pasado en demasiado poco tiempo de una sociedad “homogénea”, en la que “oficialmente” creíamos que todos pensábamos igual y con todas las bendiciones, a otra sociedad de un pluralismo casi desenfrenado, donde se palpa cada vez más una evidente pérdida de consistencia en los criterios y razonamientos, junto a una innegable tendencia a rebajar progresivamente el listón de las exigencias básicas, familiares, sociales y religiosas. Somos cada vez más los cristianos de a pie los que nos hacemos la misma pregunta cuando vemos que nuestras iglesias se están vaciando poco a poco y vamos quedando cada vez menos. Somos siempre los mismos. A esto hay que añadir lo que está ocurriendo con la crisis producida por la pandemia, que nos asola desde hace un año, donde se están vaciando nuestras iglesias, con pretexto, que suenan a excusas con poco fundamento, conformándonos con la Misa por los medios de comunicación. Esto tuvo su momento, y sabemos que es un medio sólo para los que están verdaderamente enfermos e impedidos.

Hoy existen bloques de la sociedad a los que no les importa ausentarse de la Misa del domingo, como por ejemplo los hijos, y ya casi los nietos, de aquellos a los que se les mandaba ir cuando eran niños o jóvenes. Bastantes de ellos, se han acostumbrando a frecuentar la iglesia tan sólo para los llamados “sacramentos sociales”, el día de la Primera Comunión, porque a algunos parece que no se les puede pedir más, a las bodas de los familiares y amigos, quedándose muchos en la plaza, a los entierros y, un grupo más o menos amplio, el día en que sale nuestra Cofradía. En relación a los últimos, hay un dicho un poco fuerte y es que una gran mayoría de los cofrades “salen de la iglesia pero no entran en ella durante todo el año”. Parece como si la iglesia fuera de una élite, o de una ideología política, de los que piensan sólo de una forma…

En medio de esta ausencia generalizada de los cristianos en la práctica religiosa, la Iglesia, todos, y especialmente los párrocos, tenemos que continuar echando pacientemente las redes, sin imposiciones, aunque con nuevos métodos y nuevos bríos, sabiendo que la pesca no es obra de los dirigentes sino de Dios, el fundamento último de todo. Es necesario que la gran mayoría de los cristianos ausentes de nuestras iglesias descubran, poco a poco, que la fe tiene una dimensión personal, pero también una dimensión comunitaria y que esa fe se alimenta participando en la Misa de cada domingo, donde vamos descubriendo el valor del encuentro con Cristo a través de su nueva presencia en la Palabra y en su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía que celebramos ‘todos juntos’. Es necesario que se sientan invitados a participar, y para ello tienen que tomar conciencia de que todos somos y todos formamos la única Iglesia de Jesucristo. Es necesario que las familias jóvenes con sus hijos vayan incorporándose a Misa, no para “oírla”, con el peso de una obligación o precepto, sino convencidos de ser ellos mismos “una pequeña Iglesia”, la “Iglesia doméstica”, que se siente parte activa de un cuerpo, de una asamblea, a la que se une para, juntos, orar y compartir las alegrías y las tristezas que los hermanos dirigen a un mismo Dios.

Cuando el cristiano de la calle, tras un periodo de búsqueda y de humilde discernimiento, descubra que sin ir a Misa el domingo “no puede vivir”, entonces acudirá no sólo los domingos, sino siempre que desee buscar el alimento para su vida de fe.

Mientras tanto, los que quedamos de aquella sociedad “homogénea” quizás tengamos que cambiar también “el chip” para no resistirnos a la siembra; tal vez tengamos que quedarnos en barbecho para sembrar y cosechar buen trigo; posiblemente asistamos al cierre de nuestros templos, para que se den cuenta, los que no vienen, que algo pasa y acudan a llamar para que se abran…

No cabe duda de que la tarea es ardua y que los obreros somos muy pocos, y algunos enfermos. Pero los pocos cristianos que quedamos y los que se nos irán sumando, tenemos que tomarnos muy en serio la tarea de la nueva evangelización. Tenemos que formar a cristianos. Y, para ello, es necesario revisar nuestras actuaciones en los diversos campos de la tarea evangelizadora de la Iglesia, en la catequesis, en la celebración de la fe, en la caridad y en la vida pública… No podemos conformarnos con un barniz de cristiano, sino que tenemos que formar a cristianos convencidos. Tenemos que tomarnos en serio lo que hacemos con los niños y los jóvenes, que ellos noten que lo que decimos y celebramos lo vivimos y, por contagio, lo transmitan a las futuras generaciones, porque ellos serán los padres del futuro inmediato.

No caigamos en el desánimo, todo lo contrario, tengamos esperanza y celebremos cada uno de los momentos o acontecimientos, hechos y palabras, más importantes de la vida de Cristo en estos días, con toda profundidad, como si fueran los últimos de nuestra existencia terrena, como una nueva oportunidad de imitar a Jesucristo. Reproduzcamos la pasión, muerte, sepultura y resurrección del Señor, que celebramos en estos días en nuestra vida, participando a los Oficios en el interior de nuestras iglesias.

Y para aquellos que están diciendo que este año no hay Semana Santa, decirles que claro que hay, la Semana Santa de siempre, las de las celebraciones, las de los Santos Oficios, la única, la de Cristo, que continúa entrando en Jerusalén aclamado con nuestros ramos de olivo, que padece, muere y resucita “hoy” en su Iglesia, en nosotros los miembros de su Cuerpo cuando participamos en las celebraciones litúrgicas.