Bambalinas de fe y pasión


Lola Delgado Sánchez
Capataz del paso de María Santísima de la Amargura. Cofradía del Santísimo Cristo de las Lluvias
Hoy, bajando la calle del pozuelo, me he sentido una niña, aquella que corría cuando el olor a incienso ya alcanzaba las cuatro esquinas.
He mirado y he creído ver los árboles llenos de azahar, con ese aroma que inunda todo de esperanza y fe. He saboreado aquellos días en los que las calles se vestían de gala para rendir homenaje al Rey del Cielo y a Su Bendita Madre. He sentido la nostalgia de quien siente lejos el reencuentro.
Cómo olvidarme de ver a mi madre y vecinas pintando fachadas de blanco impoluto mientras los pintores lo hacían con los bordillos. Qué bonito olía a Semana Grande.
Hoy bajando he visto una calle vacía de ilusión y he sentido tristeza.
El olor a azahar debe ser suficiente por este año nuevamente, un año en el que hemos rezado, rogado y llorado por los nuestros, por los que están, por los que estaban y ya no. Por aquellos que un día vivieron nuestra Semana Grande como algo inmenso.
Qué suerte tuve de nacer en una familia cofrade, de sentimiento nazareno y con alma de costaleros.
No creo que pase de largo otra cuaresma. Aunque nunca lo hizo.
Nuestros Titulares esperan ansiosos como nosotros esperamos que la gracia de Dios nos calme de este miedo terrenal que sufrimos, del dolor inmenso de la pérdida, de la angustia de la incertidumbre.
La Semana Santa se vive desde dentro, desde donde duele.
No habrá incienso en las cuatro esquinas, pero encenderé en mi casa y abriré balcones para que la gracia del Padre entre.
No habrá cera en las calles, pero encenderé velas al Señor de las Lluvias para que nos colme de una lluvia de Esperanza que nos devuelva a la vida.
No habrá penúltima “revirá” en la plaza del Sol con una Amargura que llore como nunca al ver a un pueblo que la ama desde el dolor que comparte con Ella.
No habrá madrugá, ni volveré a ver a mi padre, Angelín el Sastre, subir con su túnica a acompañar a Jesús pero, en mi corazón, lo recordaré y sentiré ese orgullo inmenso de haber tenido la suerte de vivirlo desde la fe, de esa manera tan leal y de amor infinito que él siempre lo hizo. No habrá Soledad, pero es que Ella jamás irá sola mientras haya vida. ¿Quién nos puede decir que no habrá Semana de Pasión? Nadie.
Seguiremos viviendo nuestra Semana Santa llena de tradiciones, contando los días para volver a disfrutar de calles llenas de gente, de pipas en el suelo y de quejíos en la noche que llamen al cielo. Seguiremos viviendo en un recuerdo que ahora renace con el despertar de las flores y que nunca muere. Seguiremos oliendo a torrijas, bacalao, potajes y bienmesabe. Seguiremos sintiendo dentro ese pellizco que da el saber que la hora se acerca para ver a nuestros Titulares.
Volveremos a las calles, con más fe si cabe, con más esperanza y con más sentimiento. Ese es nuestro legado, ese es el legado que Jesús nos dio para cada Cuaresma, para cada día de nuestra vida, el amarnos los unos a los otros, la penitencia y saber perdonar, al igual que Él lo hizo con nosotros.
Nunca lo olvidemos, la fe nace en nosotros y vive donde le permitamos anidar.

